martes, 13 de diciembre de 2011

Ludopatía: ¿quién pagará la cuenta?


Sobre 1867, Fyodor Dostoyevsky escribió una novela corta titulada “El Jugador”. La novela autobiográfica de Dostoyevsky, quien era ludópata, narra la historia de Alexei Ivanovich, adicto al juego, y de Polina Alexandrovna, también adicta al juego y quien era la mujer a la que Alexei amaba sin ser correspondido. La novela tiene varias adaptaciones al cine, siendo la más importante “El Gran Pecador” con Gregory Peck y Ava Gardner del año 1949. Una de las conclusiones que arroja la novela sobre la adicción al juego, es una verdadera paradoja: el último y máximo placer del jugador no es ganar, sino seguir jugando.


Y parece que es una tontería, pero no lo es. El jugador adicto premia la continuidad del juego, sobre las ganancias que emanan de éste, esto es, prefiere seguir jugando ininterrumpidamente que ganar y pararse de la mesa. Frederic Skinner, publicó en 1938 su trabajo sobre el “condicionamiento operante o instrumental” que ha sido aplicado para explicar en parte la adicción al juego. Las adicciones tienen un componente de recompensa, esto es, el adicto busca una actividad o substancia que le genere placer o satisfacción. La ausencia de recompensas y/o sus efectos, generan vacíos que hacen que el adicto vuelva a buscar la actividad o substancia que da placer, generando un circulo vicioso. Así vemos que el adicto al peligro busca actividades que hagan que su cuerpo secrete adrenalina, el adicto a las drogas busca ese “high” que le dan los narcóticos, y lo mismo en otras adicciones.


El problema de quienes padecen las adicciones es que cuando terminan de recibir la recompensa deseada y su efecto se extingue, se comienza a generar el deseo por la siguiente recompensa. Cuando el adicto al tabaco apaga un cigarrillo, comienza el deseo por encender el siguiente, o cuando un adicto a la velocidad tiene un accidente, apenas está saliendo del hospital cuando ya pidió otra moto u otro coche deportivo.


En el juego pasa lo mismo, la recompensa no es ganar, sino la emoción e intriga de lo incierto del juego y de las inmensas probabilidades que trae cada evento, esto es, lo que va a pasar cuando se detenga la ruleta, cuando todos abran sus cartas, cuando el primer caballo llegue a la meta o cuando terminen de rodar los dados. Pero la gran amenaza de nuestros días no son los grandes y glamourosos juegos de naipes y dados, ni la ruleta ni los caballos, el enemigo se llama máquina tragamonedas.


Con las máquinas tragamonedas modernas, el apostador no necesita que el croupier gire la ruleta o reparta cartas, o que comience el juego de futbol o la pelea de box para apostar, pues el jugador mismo acciona la apuesta. De hecho, las máquinas tragamonedas modernas son tan rápidas, que el apostador puede hacer una jugada/apuesta cada 2 ó 3 segundos, que es el tiempo que le toma apretar el botón de nuevo una vez concluida la jugada anterior. Las máquinas tragamonedas modernas se están volviendo hoy el juego más adictivo de todos los que hay en el planeta.


Según la periodista Lesley Stahl, en Estados Unidos hay 850,000 máquinas tragamonedas, esto es, el doble de todos los cajeros automáticos de aquel país. Según Stahl, el pueblo americano gasta más dinero cada año en estas perversas maquinitas que en la suma de entradas al cine, a todos los juegos de la temporada de baseball y visitas a parques temáticos.


Con 38 estados en Estados Unidos que han aprobado la instalación de casinos y de máquinas tragamonedas, se ha abierto el debate sobre los costos y beneficios asociados a la operación de estas casas de juego a lo largo y ancho de aquel país. Los políticos buscan ingresos fiscales extraordinarios, que les eviten hacer más recortes a sus burocracias, escuelas y a programas de “beneficio social”. El caso más sonado en los últimos años fue el de Pensilvania, en el que el exgobernador Ed Rendell puso a legisladores de ambos partidos contra la pared diciendo que si no se autorizaba la entrada de casinos en el estado, se vería obligado a hacer despidos masivos de empleados del gobierno.


Rendell decía que el apostador empedernido igual iría a dejar su quincena a Atlantic City o a Delaware, y que lo único que buscaba esta medida era que el dinero de estos jugadores se quedara en su estado, en lugar de irlo a dejar a otro. La trivialización del gobernador y la polémica que generó éste asunto, más los problemas de ludopatía en aumento, costó la gubernatura a los demócratas, quienes entregaron el poder al republicano Tom Corbett el pasado 18 de Enero de este 2011.


Parte del problema es que el segmento más afectado por las máquinas tragamonedas es el de la clase media-baja, pues ellos no tienen dinero para sentarse en una mesa de Black-Jack que cuesta 20 dólares cada mano. En cambio, las máquinas tragamonedas les dan la oportunidad de hacer apuestas de un centavo, lo que hace atractivo el juego para el segmento de la población con el ingreso más bajo. La adictividad del juego, alimentada por el premio de una “dosis” cada 3 segundos que aprietan el botón, hace a esta parte de la población la más vulnerable para acabar con su sueldo, ahorros y patrimonio en unos pocos meses o años.


En España, por ejemplo, el 5% de la población padece ludopatía en algún nivel y el 31% de estos adictos son mujeres. Éste número podría ser mayor si consideramos a la gente que la padece y no lo sabe, o que no se le ha diagnosticado clínicamente aún. Sin embargo, en España existen mecanismos de rehabilitación y de disuasión del juego. Una familia puede ir con un juez y después de comprobar la adicción al juego del padre o de la madre, éste puede mandar una orden para que se niegue la entrada de la persona en cuestión a los casinos, que comparten una base de datos de ludópatas diagnosticados. Pensarán muchos que el ludópata no necesita un casino para apostar, y tienen razón, pero la cercanía y facilidad para entrar a estos lugares, son fuertes detonadores del mal para quienes padecen esta enfermedad. Ponerle cerca un casino a un apostador es, como diríamos vulgarmente, hacerle cosquillas al niño que ya es risueño.


En México también hay un auge de casinos que ofrecen máquinas tragamonedas como principal atracción. No hay día y hora que pasemos afuera de uno de estos tugurios en los que no se vea el estacionamiento a tope, con coches desde un Tsuru 93, hasta una Sienna 2012. Parece que el casino ha sido en México el gran ecualizador: es el lugar donde se sientan pobres y ricos a perder el tiempo y el dinero, pues créanme, pase lo que pase, en el corto y en el largo plazo, el casino ganará.


No hay a la fecha un número exacto de ludópatas en México. Algunas cifras no oficiales estiman que el 2% de la población la padece, pero lo que es cierto y evidente es que la cifra está creciendo. Carlos del Moral, director del Centro de Atención de Ludopatía y Crecimiento Integral, una ONG en México D.F., dice que por cada enfermo hay diez personas más afectadas directa o indirectamente por el juego. Con la apertura de más y más casinos, se está facilitando el acceso de muchos jugadores regulares a estas maquinitas, pero sobretodo, se está abriendo la oportunidad para que personas que nunca en su vida habían tocado una de ellas, lo hagan y caigan en esta terrible adicción.


El problema se comienza a percibir cuando la vecina –pues esto nunca pasa en la casa propia- gastó el dinero del súper en las maquinitas, olvidó a los niños hasta las 4 en la escuela por estar jugando o empeñó aquel anillito de la abuela que era tan preciado para la familia. Cuando éstos síntomas se comienzan a manifestar, tenemos a una vecina ludópata.


En la parte de tratamiento de éste mal, hay que decir que desde 1992 la Organización Mundial de la Salud reconoció a la ludopatía como una enfermedad, pero apenas en Octubre de éste 2011, el Senado de la República sugirió la creación de un Consejo Consultivo bajo la responsabilidad de la Secretaría de Salud para tratar la ludopatía. La Secretaría de Salud de Nuevo León recién conformó el “Comité de Atención a las Adicciones Naturales” en el que se planea dar atención a los adictos al juego. Sin embargo, no hay hoy en ninguna clínica del gobierno algún especialista para tratar adicciones al juego. Existe en el DF un “Jugadores Compulsivos Anónimos” y el mismo Centro de Atención de Ludopatía y Crecimiento Integral, que apoyan a quienes padecen esta enfermedad y a sus familias. Si buscamos en Google en cada una de nuestras ciudades centros de atención o apoyo a quienes padecen adicción al juego, salen como resultado páginas o ligas misteriosas que no parecen de fiar.


La conclusión es que se están abriendo más casinos que centros de tratamiento y rehabilitación de ludópatas. Si el gobierno da licencias y permisos para que se abran casinos a diestra y siniestra, debería estar obligado también a exigir un porcentaje de las ganancias –enormes por cierto- de estos tugurios para el tratamiento de las adicciones de quienes caen en las garras del juego. El cobro de este impuesto no sería nada nuevo. Es lo mismo que pasa con el tabaco: se le cobran impuestos excesivos al fumador para que el Estado pueda pagar los tratamientos de enfisema que posiblemente tendrá en el futuro.


Como agravante hay que decir que al no tener el estigma de las drogas, el juego no es mal visto por un gran segmento de la población, que no se entera que los casinos están ahí y les da lo mismo si abren uno más o no. Ahora resulta que el prestigiado Centro Mexicano para la Filantropía (CEMEFI), otorgó a Grupo Caliente –el de las apuestas deportivas- la distinción de Empresa Socialmente Responsable (ESR). Esto habla del desinterés e ignorancia que hay en la clase empresarial respecto al daño que hacen los casinos y centros de apuestas a sus comunidades. Si tuvieran un poco de dignidad y congruencia, empresas de la talla de Deloitte, Bimbo, BBVA-Bancomer, Wal-Mart, el Tec de Monterrey y otras prestigiadas firmas e instituciones que ostentan el título de ESR, deberían de quitar el distintivo de su imagen institucional como muestra de protesta por haber sido rebajadas al nivel de Grupo Caliente.


La realidad es que estamos apenas viendo el comienzo de lo que será un problema de magnitudes hasta hoy incalculables para el país, no sólo en términos de nuevos adictos al juego, sino de desintegración familiar y de todos los demás males asociados a los casinos como lavado de dinero, prostitución y extorsiones.


Si el gobierno permite la realización de una actividad económica, sea cual sea, está obligado también a regularla y fiscalizarla. La política de “laissez-faire” o dejar hacer libremente lo que el mercado quiera para que se auto-regule, no funciona en México -pues existe corrupción rampante a todos los niveles- y menos en una industria que es en sí un giro gris. Como sociedad veo difícil que podamos impedir que se sigan abriendo casinos, sobretodo porque detrás de ellos hay importantes grupos del poder y la política, como Televisa que tiene un montón de ellos (no sé si vean falta de congruencia entre la noble causa de su Teletón, y la existencia de sus casinos “Play City”) pero lo que sí podemos hacer es exigir a las autoridades y a nuestros legisladores que normen y regulen la actividad de estos giros, incluyendo el pago de la factura que nos mandarán para atender adictos al juego. Así como se grava a la empresas que contaminan, a quienes conducimos un coche y a quienes fuman, la cuenta de los tratamientos de ludopatía la deben y tienen que pagar los empresarios de los casinos.


pesquera@gmail.com

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