jueves, 14 de julio de 2011

Gran estrategia de seguridad: empecemos por lo micro


En México siempre ha habido un gran desconecte entre lo macro y lo micro. Por ejemplo, en años recientes las variables fundamentales de la economía marchan de manera ejemplar, y somos sin duda alguna, la envidia de medio continente Europeo. Sin embargo, la realidad micro es diferente, pues con 40 millones de pobres no podemos decir que los beneficios de la gran política macroeconómica de México se han visto reflejados en los bolsillos de los mexicanos.


Me parece que en el tema de seguridad estamos marchando en la misma dirección de la economía: hacia la búsqueda de una estrategia macro con la creación del Mando Único que daría números alegres, pero con grandes distorsiones y fallas en lo micro; permítanme explicarme. La estrategia de tener a las Fuerzas Armadas y a la Policía Federal patrullando vastas extensiones del territorio nacional, responde al fracaso de la parte micro del espectro de seguridad, pues un gran número de los 2,500 municipios del país son incapaces de imponer el orden y controlar sus territorios. En parte, el fracaso radica en la debilidad de la estructura legal de los municipios, y para demostrarlo ahí está Monterrey, que aunque es un municipio grande y rico, es frágil y vulnerable al mismo tiempo, pues no cuenta con los pilares legales, y en consecuencia económicos y operativos, para hacer más eficaz el combate al crimen.


Me remito a citar un solo ejemplo –de entre decenas que hay- de las limitaciones legales que atan de manos a los municipios para combatir al crimen. La inmensa mayoría de las policías municipales del país tienen, entre muchas otras, dos funciones primordiales: la preventiva y la reactiva. Preventiva porque sus planes y programas están encaminados a ser un disuasivo del delito. La sola presencia de un cuerpo de policía bien armado y equipado, haciendo rondines en su territorio, frena la comisión de muchos delitos menores. La disminución de esos delitos, evita que quienes los cometen suban un peldaño en la escalera de la criminalidad, perpetrando delitos mayores. Es reactiva también, porque cuando se ha cometido o se está cometiendo un delito, las policías municipales tienen facultades para ir tras los delincuentes o intervenir en medio de la comisión del delito. Pero si la parte reactiva falla, esto es, no se atrapa a los delincuentes inmediatamente después del delito o durante éste, la policía municipal se tiene que hacer a un lado a esperar que las victimas hagan una denuncia al Ministerio Público, para que se le asigne la investigación a la policía ministerial.


Al carecer las policías municipales de facultades investigativas, incluida la contratación de informantes, se genera un vacío enorme en su habilidad y capacidad para atacar al crimen y para dar seguimiento a casos que ellos mismos podrían resolver. La policía de Nueva York, por citar un ejemplo, tiene en cada una de sus comandancias a agentes cuya responsabilidad es, aparte de las tareas de todo policía, investigar casos de su jurisdicción, conocer a la gente que vive en su sector y ganarse la confianza de los vecinos. Ésos agentes tienen facultades para contratar al dueño de una cafetería o bar, o al vendedor de periódicos de una esquina, para que les informen qué está pasando en el barrio. Ésa información es inteligencia, más específicamente “humint” (human intelligence por sus siglas en inglés) que es la recolección de información por medio del contacto personal de los agentes con sus fuentes.


Lo más cercano a un informante en México es lo que se conoce como “madrina”. Sobra decir que al no existir la figura legal del informante o de la madrina, sus actividades y los pagos que reciben son ilegales, pues provienen de recursos fuera del presupuesto.


En mi opinión, la estructura fundamental de seguridad de los municipios no se va a ver fortalecida por la llegada de la macro estrategia de la Policía o Mando Único. Sin duda sería un paliativo para la coyuntura de extrema violencia que viven algunos municipios del país, sobretodo los más pequeños, que piden a gritos que alguien –quien sea- vaya a rescatarlos de la barbarie que viven.


La gran revolución a la seguridad en México se dará cuando se dote de instrumentos legales a los municipios que, entre otras herramientas, les den facultades investigativas limitadas a sus corporaciones y que les permitan profesionalizar a sus policías. Significaría un avance sólido, desde abajo hacia arriba, de lo micro a lo macro.


Los recursos del Subsidio para la Seguridad Pública Municipal (Subsemun) y del Fondo de Aportaciones para la Seguridad Pública (FASP) han colaborado a la mejora y equipamiento de algunas corporaciones policiacas del país. Pero el poder del dinero en este tema tiene sus limitaciones, pues si ambos programas logran con éxito capacitar, equipar y construir mejores instalaciones para las tareas de seguridad pública, pero no se les dota de nuevas facultades legales para su operación, nuestras policías municipales seguirán cojeando de un pie.


La “gran estrategia” nacional de combate al crimen tendría que partir no de una Policía Única (macro), sino del fortalecimiento de las policías municipales y de una reforma al sistema judicial que dé transparencia a la impartición de justicia en México. Sería comenzar por los cimientos, para después construir encima de ellos, con las particularidades que cada municipio tiene, pues aunque el Mando Único lo manejarían los gobiernos estatales (otro asunto que habría que analizar con cuidado), está claro que lo que necesita San Felipe, no es lo mismo que necesita Silao, ni lo que necesita Moroleón, y así en todos los estados. Aquí no hay “one size fits all” (una talla le queda a todos) y cada municipio necesita recursos y herramientas diferentes para combatir al crimen.


pesquera@gmail.com

viernes, 1 de julio de 2011

Europa paga sus pecados

Éstas últimas semanas hemos estado muy cerca de vivir de nuevo otro “cataclismo financiero” mundial, ahora de origen europeo, sin que nadie, aparentemente, se haya dado cuenta de la gravedad del asunto. En este artículo me propongo exponer algunas circunstancias que a mi juicio, llevaron a algunos países europeos a la catástrofe financiera que hoy viven.


La debacle económica y social que están viviendo al menos media docena de países europeos, incluidos Grecia, Portugal, Irlanda, España, Italia y Francia, es el resultado de graves faltas que han cometido sus políticos, avalados por el voto que les dieron sus pueblos, que exigen cada día más de todo sin tener con qué pagarlo: más empleos, mejores sueldos, menos años de trabajo y sistemas de salud y de pensiones ricos.


Como antecedente al argumento central de éste artículo, quisiera poner a su consideración un par de ideas. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Europa estaba devastada y el Plan Marshall, cargado de dólares de Estados Unidos, ayudó a que el continente se pusiera en pie de nuevo. La población Europea necesitaba no sólo levantarse, sino que necesitaba borrar de su memoria el trauma de las dos guerras que habían mermado no sólo la economía, sino el ánimo y el espíritu de sus personas. Comenzaron desde cero y pudieron compensar el sufrimiento de casi cuarenta años de guerras, creando una sociedad de bienestar: trabajo, educación y salud para todos.


Fue así como en Europa floreció una clase media y trabajadora de primera, en la que los obreros y empleados, podían aspirar a una vida digna. Les había llegado el momento de estar bien. Sin embargo, éste deseo de que las clases trabajadoras alcanzaran el máximo bienestar, fue de la mano con una clase sindicalista voraz, que logró triunfos laborales impensables e incosteables en nuestros días.


El máximo logro que alcanzó la generación de la post-guerra europea fue muy sencillo: vivir bien, trabajar más o menos y ganar mucho… ¡se lo merecían! No es de sorprendernos, pues, que los nietos de aquella generación de la Segunda Guerra, que son los jóvenes de hoy, quieran aspirar a lo mismo, a buenos trabajos, a sueldos dignos y a muchas vacaciones, y ahora con un plus que no había hace 60 años: Europa se ha integrado. La integración fue una promesa que se cumplió parcialmente y para unos pocos. Un día hace no mucho, la alegría de la clase media y trabajadora europea llegó a su fin, pues los tiempos son otros y los cambios rebasaron el paso al que Europa, envejecida textualmente, caminaba.


Además de una diversidad de eventos exógenos a su área que frenó el crecimiento de Europa en años recientes, hubo un factor determinante y limitante al esfuerzo por integrarse totalmente como Unión Europea y que sus “padres fundadores” desestimaron completamente: la diversidad de culturas, idiomas y etnias. En estos días, los franceses se sienten más franceses que antes de la integración, los españoles, son más ibéricos ahora que antes y así sucesivamente, y esto, sin mencionar la gran exacerbación de los nacionalismos y regionalismos locales en cada país y el rechazo a la inmigración de donde quiera que venga, así sean rubios de Europa del Este.


Europa se empecinó e hizo un monumental esfuerzo por tratar de crear equilibrio en el mundo unipolar que quedó después de la caída del Muro de Berlín. Y el capricho le salió muy caro a los europeos, porque para ecualizar de manera acelerada a todos sus miembros, los países ricos tuvieron que aportar cantidades ingentes de dinero, que los países menos desarrollados recibieron en calidad de “subsidios comunitarios”. Y ya sabemos qué pasa con la gente que recibe subsidios: pierde incentivos para volverse productiva. Es como si el rico de la cuadra quisiera que la calle se viera bonita y manda a arreglar las fachadas de todos sus vecinos, sin importar que unos no sean tan trabajadores y que otros no tengan talento. Pero sobre todas las cosas, se ignoró si los vecinos beneficiarios de esta reconstrucción cosmética, estaban preparados para renovar por dentro y en sus cimientos cada una de las casa de la cuadra.


El resultado fue mixto, unos hicieron bien la tarea, pero otros no. Sin duda todos subieron significativamente sus niveles de vida y bienestar en un plazo muy corto de tiempo, pero ahora la pregunta es cómo mantener el mismo nivel de los últimos años, y ahí es donde las cosas se complican. Gran parte de ese “milagroso” crecimiento que vimos en muchos países ahora en debacle, se dio por un endeudamiento excesivo para mantener un nivel de desarrollo que ellos mismos no estaban generando mediante impuestos, exportaciones y otras fuentes de ingresos. Es como una familia que tiene ingresos por 50 mil, pero gasta 100 mil al mes, cargando la diferencia a sus tarjetas de crédito. Llegará un momento en el que la tarjeta llegará a su límite de crédito, y en el que ningún otro banco les quiera dar una nueva y forzosamente entrarán en mora y se irán al buró de crédito. Ahí están ahora mismo los griegos, los portugueses, irlandeses y a la vuelta de la esquina, los españoles.


Y ahora el problema es también social, pues hay millones de jóvenes muy bien educados que no tienen opciones de trabajo y realización personal, y para ellos la integración europea es sólo un juego de palabras que no se ve reflejado en sus bolsillos y en sus posibilidades de tener, como sus padres y abuelos, un trabajo digno que pague bien y que les dé dos meses de vacaciones al año.


No quito mérito a las grandes contribuciones que Europa ha hecho a la humanidad, comenzando por la creación del Mundo Occidental, tal y como lo conocemos. Pero ahora hemos llegado a un punto en el que ésas contribuciones y logros del pasado no pueden seguir pagándoles dividendos.


La lección que debemos aprender los países que hemos perdido empleos –millones de empleos- a manos de trabajadores asiáticos es muy sencilla: si quieres ganar diez veces más que los asiáticos, tienes que generar diez veces el valor que producen ellos. Si no lo haces, los capitales se seguirán yendo a los lugares que maximicen su utilidad y no a los lugares que tengan las iglesias más bonitas, los museos más interesantes y el pasado histórico más rico del mundo. El gran pecado de los europeos, de los americanos -y en parte el nuestro también- es que por viejas glorias, agravios o por simple historia, creemos merecer un mundo de primera sin trabajar y sin sudar. Y ahora aunque queramos arremangarnos la camisa y ponernos a trabajar, todo el trabajo se ha ido a otros lugares. Esos días de jornadas de 8 horas, largas vacaciones y sueldos de suizos, señoras y señores, están en el pasado.


pesquera@gmail.com