jueves, 10 de diciembre de 2009

La deuda buena, la mala y la inexistente

Después de las terribles crisis crediticias que sufrió México, primero en los 80’s y luego a mediados de los 90’s, los mexicanos de por lo menos dos generaciones hemos crecido con la idea de que endeudarse es malo. Con historias de familiares y amigos que perdieron casa, coches, terrenos, negocios y que se quedaron literalmente con una mano adelante y otra atrás, la respuesta parece ser que sí, endeudarse es malo.

Sin embargo, salvo los absolutos de algunas contadas leyes de la naturaleza, de las ciencias y algunos preceptos de la fe -para aquellos que profesamos alguna-, la respuesta a la mayoría de las preguntas es “depende”.

¿Es bueno endeudarse? Depende. Si vas a comprar cosas -sobretodo innecesarias- que tu ingreso no te permite pagar, es malo. Si te endeudas para comenzar o crecer un negocio bien planeado, es bueno. Pero en México no hay crédito para el desarrollo de micro y pequeños negocios. Hay infinidad de créditos al consumo a través tarjetas de crédito, o créditos directos de fabricantes y comercios para comprar coches, muebles, electrodomésticos, ropa y cualquier tontería que se nos pueda ocurrir claro, con tasas usureras. También hay crédito para las grandes empresas y para quienes puedan dar garantías de 2 ó 3 a 1 a los bancos, lo que vulgarmente conocemos como el “te ven en caballo y te prestan la silla”. Pero los emprendedores con buenas ideas de negocios sin capital para arrancar un proyecto, tienen muy pocas o nulas opciones para financiarse.

Los bancos de la mayoría de los países de la OCDE, viven y obtienen utilidades de prestar dinero para financiar el consumo de bienes y servicios, pero también, de financiar a empresas y proyectos de emprendedores. En México, a pesar de ser miembro de la OCDE, los bancos viven de prestar dinero a las empresas “Expansión 500” y de cobrar comisiones absurdas.

Son varios los argumentos que motivan a los bancos a no prestar dinero para financiar el desarrollo del país. El más importante y de peso es que el sistema legal de México -por naturaleza- inhibe el crédito. Vivimos en un país de impunidad en general, y en lo particular, los bancos no quieren tirar recursos en demandas de meses y años contra clientes morosos o que se volvieron insolventes. Por eso prestan en condiciones leoninas. Si hubiese un sistema legal que permitiera desahogar controversias crediticias de manera expedita, habría más crédito. Si los bancos fueran proactivos y realmente quisieran prestar dinero, con la influencia y poder que tienen podrían cabildear ante los congresos locales y el federal la creación de organismos privados de arbitraje, que emitan resoluciones de carácter legal. Con eso se resolverían demandas de ciertos montos, de cierto tipo de créditos y de algunas industrias, sin tener que ir a nuestros tradicionales juicios tercermundistas. Esto ya se hace en Estados Unidos y en Europa y ahorra millones de dólares, euros y horas hombre. En nuestro país ayudaría –por ejemplo- a que los bancos recuperaran rápidamente un crédito sobre un coche antes de que éste pierda completamente su valor en el mercado: se vencen 3 documentos, vas a un arbitraje de un par de horas y vas a recoger el coche. Punto. Pero en México el gran incentivo que tienen los bancos para no prestar es muy simple: generan utilidades obscenas cobrando comisiones, así que para qué moverle.

Con lo que planteo quiero poner en la mesa nuevamente la urgencia de reformar el sistema legal de México, pues los señores banqueros jamás propondrán la idea que aquí sugiero. Mientras no podamos tener un sistema de juicios orales que emita resoluciones legales de una manera eficaz, eficiente y transparente, vamos a seguir en el sótano de productividad internacional. El generar nuevas opciones de financiamiento para nuevos negocios y aumentar las que ya tienen algunas pocas empresas, curiosamente no cae sobre los gatos gordos de la banca, sino sobre los excelentísimos y honorables miembros de nuestros congresos locales y federal. Y si, la referencia a los diputados fue un sarcasmo.

pesquera@gmail.com