viernes, 1 de julio de 2011

Europa paga sus pecados

Éstas últimas semanas hemos estado muy cerca de vivir de nuevo otro “cataclismo financiero” mundial, ahora de origen europeo, sin que nadie, aparentemente, se haya dado cuenta de la gravedad del asunto. En este artículo me propongo exponer algunas circunstancias que a mi juicio, llevaron a algunos países europeos a la catástrofe financiera que hoy viven.


La debacle económica y social que están viviendo al menos media docena de países europeos, incluidos Grecia, Portugal, Irlanda, España, Italia y Francia, es el resultado de graves faltas que han cometido sus políticos, avalados por el voto que les dieron sus pueblos, que exigen cada día más de todo sin tener con qué pagarlo: más empleos, mejores sueldos, menos años de trabajo y sistemas de salud y de pensiones ricos.


Como antecedente al argumento central de éste artículo, quisiera poner a su consideración un par de ideas. Al terminar la Segunda Guerra Mundial, Europa estaba devastada y el Plan Marshall, cargado de dólares de Estados Unidos, ayudó a que el continente se pusiera en pie de nuevo. La población Europea necesitaba no sólo levantarse, sino que necesitaba borrar de su memoria el trauma de las dos guerras que habían mermado no sólo la economía, sino el ánimo y el espíritu de sus personas. Comenzaron desde cero y pudieron compensar el sufrimiento de casi cuarenta años de guerras, creando una sociedad de bienestar: trabajo, educación y salud para todos.


Fue así como en Europa floreció una clase media y trabajadora de primera, en la que los obreros y empleados, podían aspirar a una vida digna. Les había llegado el momento de estar bien. Sin embargo, éste deseo de que las clases trabajadoras alcanzaran el máximo bienestar, fue de la mano con una clase sindicalista voraz, que logró triunfos laborales impensables e incosteables en nuestros días.


El máximo logro que alcanzó la generación de la post-guerra europea fue muy sencillo: vivir bien, trabajar más o menos y ganar mucho… ¡se lo merecían! No es de sorprendernos, pues, que los nietos de aquella generación de la Segunda Guerra, que son los jóvenes de hoy, quieran aspirar a lo mismo, a buenos trabajos, a sueldos dignos y a muchas vacaciones, y ahora con un plus que no había hace 60 años: Europa se ha integrado. La integración fue una promesa que se cumplió parcialmente y para unos pocos. Un día hace no mucho, la alegría de la clase media y trabajadora europea llegó a su fin, pues los tiempos son otros y los cambios rebasaron el paso al que Europa, envejecida textualmente, caminaba.


Además de una diversidad de eventos exógenos a su área que frenó el crecimiento de Europa en años recientes, hubo un factor determinante y limitante al esfuerzo por integrarse totalmente como Unión Europea y que sus “padres fundadores” desestimaron completamente: la diversidad de culturas, idiomas y etnias. En estos días, los franceses se sienten más franceses que antes de la integración, los españoles, son más ibéricos ahora que antes y así sucesivamente, y esto, sin mencionar la gran exacerbación de los nacionalismos y regionalismos locales en cada país y el rechazo a la inmigración de donde quiera que venga, así sean rubios de Europa del Este.


Europa se empecinó e hizo un monumental esfuerzo por tratar de crear equilibrio en el mundo unipolar que quedó después de la caída del Muro de Berlín. Y el capricho le salió muy caro a los europeos, porque para ecualizar de manera acelerada a todos sus miembros, los países ricos tuvieron que aportar cantidades ingentes de dinero, que los países menos desarrollados recibieron en calidad de “subsidios comunitarios”. Y ya sabemos qué pasa con la gente que recibe subsidios: pierde incentivos para volverse productiva. Es como si el rico de la cuadra quisiera que la calle se viera bonita y manda a arreglar las fachadas de todos sus vecinos, sin importar que unos no sean tan trabajadores y que otros no tengan talento. Pero sobre todas las cosas, se ignoró si los vecinos beneficiarios de esta reconstrucción cosmética, estaban preparados para renovar por dentro y en sus cimientos cada una de las casa de la cuadra.


El resultado fue mixto, unos hicieron bien la tarea, pero otros no. Sin duda todos subieron significativamente sus niveles de vida y bienestar en un plazo muy corto de tiempo, pero ahora la pregunta es cómo mantener el mismo nivel de los últimos años, y ahí es donde las cosas se complican. Gran parte de ese “milagroso” crecimiento que vimos en muchos países ahora en debacle, se dio por un endeudamiento excesivo para mantener un nivel de desarrollo que ellos mismos no estaban generando mediante impuestos, exportaciones y otras fuentes de ingresos. Es como una familia que tiene ingresos por 50 mil, pero gasta 100 mil al mes, cargando la diferencia a sus tarjetas de crédito. Llegará un momento en el que la tarjeta llegará a su límite de crédito, y en el que ningún otro banco les quiera dar una nueva y forzosamente entrarán en mora y se irán al buró de crédito. Ahí están ahora mismo los griegos, los portugueses, irlandeses y a la vuelta de la esquina, los españoles.


Y ahora el problema es también social, pues hay millones de jóvenes muy bien educados que no tienen opciones de trabajo y realización personal, y para ellos la integración europea es sólo un juego de palabras que no se ve reflejado en sus bolsillos y en sus posibilidades de tener, como sus padres y abuelos, un trabajo digno que pague bien y que les dé dos meses de vacaciones al año.


No quito mérito a las grandes contribuciones que Europa ha hecho a la humanidad, comenzando por la creación del Mundo Occidental, tal y como lo conocemos. Pero ahora hemos llegado a un punto en el que ésas contribuciones y logros del pasado no pueden seguir pagándoles dividendos.


La lección que debemos aprender los países que hemos perdido empleos –millones de empleos- a manos de trabajadores asiáticos es muy sencilla: si quieres ganar diez veces más que los asiáticos, tienes que generar diez veces el valor que producen ellos. Si no lo haces, los capitales se seguirán yendo a los lugares que maximicen su utilidad y no a los lugares que tengan las iglesias más bonitas, los museos más interesantes y el pasado histórico más rico del mundo. El gran pecado de los europeos, de los americanos -y en parte el nuestro también- es que por viejas glorias, agravios o por simple historia, creemos merecer un mundo de primera sin trabajar y sin sudar. Y ahora aunque queramos arremangarnos la camisa y ponernos a trabajar, todo el trabajo se ha ido a otros lugares. Esos días de jornadas de 8 horas, largas vacaciones y sueldos de suizos, señoras y señores, están en el pasado.


pesquera@gmail.com

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