jueves, 2 de febrero de 2012

La peor forma de gobierno…


Posiblemente sea la democracia. No lo dije yo, lo dijo Winston Churchill en su discurso en el Parlamento Británico en Noviembre de 1947. Lo cito textual: “muchas formas de gobierno han sido probadas ​​y serán probadas en este mundo de pecado e infortunio. Nadie pretende que la democracia sea perfecta u omnisciente. De hecho, se ha dicho que la democracia es la peor forma de gobierno, excepto todas las demás formas que han sido probadas en otros tiempos”.


Así es como el gran marinero, estadista y Premio Nobel de Literatura definía los inconvenientes de las democracias. Y nada es más cierto. En México hemos sido testigos de que la democracia no es la panacea, y la decepción tiene fundamento, pues hoy no somos ese país justo que nos prometía un régimen democrático. Hay muchos indicadores de la era de la democracia en los que no sólo no hemos mejorado, sino que hemos retrocedido decididamente. El más evidente y lamentable es el número de pobres que sigue creciendo, a pesar de los incrementos multimillonarios de los presupuestos federales y estatales de cada año fiscal.


Hay quienes dicen que nuestra democracia cojea. Yo digo nuestra democracia está en silla de ruedas, con ambas piernas liciadas. Y cada una de las piernas que tenemos dañadas representa una de las vertientes en las que la democracia tendría que tenernos de pie, vigorosos y moviéndonos hacia delante.


La pierna derecha es la democracia en su más pura expresión: el sufragio. Que la gente vaya a votar y que su voto cuente para el candidato y partido de su elección es la premisa de toda democracia. Sin embargo, aunque los votos en México sí se cuentan, el sistema electoral -y la institución que lo sustenta- están en coma. Recordemos que el IFE surge como uno de los primeros triunfos de la sociedad civil mexicana que, después de décadas de fraudes electorales y simulaciones, logró la creación de un instituto electoral que vigilara que cada voto fuera efectivamente contado. El sistema, sobra decirlo, fue diseñado en base a la desconfianza. Se crearon mecanismos únicos en el mundo para cuidar al que cuida, y para cuidar a éste último, de posibles chanchuyos electorales.


El resultado es que hoy tenemos un IFE que no sólo cuida que los votos se cuenten bien, sino que regula las normas del juego electoral, a través de un consejo que está formado por los partidos políticos y por consejeros “ciudadanos” aprobados por esos mismos partidos. Con los partidos ejerciéndo su músculo todos los días frente a los consejeros ciudadanos, el IFE tiene de libre e independiente lo que la República Popular Democrática de Corea (Corea del Norte) tiene de democrática.


Prueba de la gangrena de ésa pierna derecha es el actual estado de las pre-campañas para la elección general de Julio de éste año. Hoy tenemos una Ley Electoral que nadie entiende y que en su afán de abarcar y contener todo, se ha convertido en un pulpo cuyos ocho tentáculos tocan mucho, pero no controlan nada.


La otra pierna liciada de nuestra democracia es la debilidad de las instituciones, que en un régimen plenamente democrático y sólido tendrían que haberse ya consolidado, o por lo menos haber avanzado en el proceso. Daron Acemoglu, economista del MIT, dice que las sociedades con buenas instituciones fomentan la inversión en capital humano y tecnología con lo cual, se alcanza la prosperidad económica. Las instituciones buenas, según Acemoglu, tienen tres características: procuran la aplicación de leyes que protejan los derechos de propiedad de la sociedad, para incentivar que participen en la economía; imponen restricciones a las acciones de las élites, políticos y otros grupos de influencia para que el terreno no esté disparejo a su favor y, finalmente, brindan algún grado de igualdad de oportunidades para todos los segmentos de la población. Claramente, la mayoría de las instituciones en México no funcionan así. Igual que Acemoglu, Dani Rodrik, de Harvard y Arvind Subramanian del Instituto de Economía Internacional Peterson, dicen que el rol de las instituciones en la protección de la propiedad y el estado de derecho es la clave para la prosperidad de los países.


Si nuestra democracia no recibe una terapia intensiva desde hoy, se agravarán dos situaciones –delicadas en mi opinión- que están sucediendo ya. Primero, la sociedad se está hartando de ver que en cada elección sus votos son una simulación, con la cual se premia y sube a nivel de “burguesía política” a un puñado de gente que al ser electa, no sirve al pueblo y a sus intereses, sino a sí mismos y a sus partidos. Segundo, la debilidad de nuestras instituciones –plagadas de incompetencia y de corrupción- podría generar una crisis de gobernabilidad, al no ser aptas para brindarnos seguridad en lo mínimo a nuestras personas, patrimonio y negocios.


Las señoras y señores dirigentes de los partidos políticos y nuestros legisladores -que son los auténticos dueños del balón, de la cancha y del árbitro- necesitan entender que está en sus manos resolver urgentemente el delicado asunto de la terapia democrática que necesita México. Necesitan abrir espacios políticos a una sociedad que ya reclama que sus gobernantes y quienes dirigen sus instituciones no sean por obligación hijos de sus partidos políticos. Si estos cambios estructurales no se dan pronto, la sociedad comenzará a circular por vías no institucionales –como ya lo hacen miles de mexicanos- y se consolidará la idea de que la democracia no sirve para nada y que en efecto, es la peor forma de gobierno.


pesquera@gmail.com

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