En su edición del 4 de Octubre, la revista Time publicó en su portada un llamativo artículo titulado “Cómo los primeros nueve meses moldean e resto de tu vida”, y el pasado domingo Nicholas Kristoff, del New York Times, hace referencia al mismo tema en un artículo titulado “El riesgo desde la matriz”.
Ambos artículos con citas, autores y estudios para arrojar al cielo, cuestionan y confrontan a las tesis que, hasta ahora, sostenían que todo nuestro desarrollo, con ventajas y fortalezas físicas, así como las deficiencias y enfermedades que adquiriríamos en nuestras vidas, eran en gran parte producto de la genética. El estrés de la madre y el medio ambiente en el cual está gestando al bebé, dicen estos estudios, tiene una influencia definitiva en la salud y desarrollo intelectual que el bebé tendrá como adulto.
Cuando la doctora Federica Perera de la Universidad de Columbia realizaba un estudio sobre el efecto de la contaminación ambiental en la incidencia de cáncer en los barrios más pobres de la ciudad de Nueva York, se llevó una sorpresa que detonó parte de estos estudios. Al reunir un grupo de control para realizar pruebas estadísticamente significativas para su estudio, consiguió a un grupo de adultos con exposición a la contaminación que tendrían que ser comparados con individuos que jamás habían estado en contacto con la contaminación. Su idea fue simple: saquemos sangre de un bebé recién nacido. Para su sorpresa, la sangre del recién nacido ya mostraba rastros de contaminación. Al mandar analizar la placenta y el cordón umbilical, el resultado fue el mismo, el feto ya estaba expuesto a la contaminación desde antes de nacer.
La exposición a la contaminación, así como el estrés, la mala nutrición de la madre –incluida la obesidad de la misma- y el uso de tabaco, alcohol y drogas durante la gestación, dan por resultado bebés cuya expectativa de vida como adultos es significativamente menor a la de aquellos que no fueron expuestos a estos factores y que, de acuerdo a estos estudios, no sólo tendrán padecimientos físicos, sino psicológicos como bajo rendimiento académico, que se traduce en abandonos escolares o la imposibilidad de terminar una carrera profesional.
El razonamiento obligado que tendríamos que hacernos en México es el siguiente: si en México hay 40 ó 50 millones de pobres, dependiendo del recuento al que uno quiera hacer caso, y si de esa cantidad de personas, la mitad son mujeres -algunas ya no en edad de procrear, claro esta- pero la gran mayoría en edad reproductiva o por entrar a ella en los siguientes años, lo que tendremos como resultado es que la mitad de los nacimientos en México en los siguientes años, estarán constituidos por bebés que fueron expuestos a estrés, mala alimentación, contaminación de agua sucia y alimentos insalubres que consumieron sus madres, esto sin contar tabaco, alcohol y drogas.
De comprobarse que los resultados de estos estudios son ciertos, las autoridades de salud mexicanas no tienen tiempo que perder, y aparte de combatir a las otras amenazas silenciosas de salud en México –la obesidad y la depresión- tendrían que canalizar esfuerzos y recursos a procurar que la gestación de nuestras mujeres se dé en condiciones que permitan que el feto se desarrolle en un ambiente de bienestar, que aparentemente, redundará también en adultos más sanos.
pesquera@gmail.com
Ambos artículos con citas, autores y estudios para arrojar al cielo, cuestionan y confrontan a las tesis que, hasta ahora, sostenían que todo nuestro desarrollo, con ventajas y fortalezas físicas, así como las deficiencias y enfermedades que adquiriríamos en nuestras vidas, eran en gran parte producto de la genética. El estrés de la madre y el medio ambiente en el cual está gestando al bebé, dicen estos estudios, tiene una influencia definitiva en la salud y desarrollo intelectual que el bebé tendrá como adulto.
Cuando la doctora Federica Perera de la Universidad de Columbia realizaba un estudio sobre el efecto de la contaminación ambiental en la incidencia de cáncer en los barrios más pobres de la ciudad de Nueva York, se llevó una sorpresa que detonó parte de estos estudios. Al reunir un grupo de control para realizar pruebas estadísticamente significativas para su estudio, consiguió a un grupo de adultos con exposición a la contaminación que tendrían que ser comparados con individuos que jamás habían estado en contacto con la contaminación. Su idea fue simple: saquemos sangre de un bebé recién nacido. Para su sorpresa, la sangre del recién nacido ya mostraba rastros de contaminación. Al mandar analizar la placenta y el cordón umbilical, el resultado fue el mismo, el feto ya estaba expuesto a la contaminación desde antes de nacer.
La exposición a la contaminación, así como el estrés, la mala nutrición de la madre –incluida la obesidad de la misma- y el uso de tabaco, alcohol y drogas durante la gestación, dan por resultado bebés cuya expectativa de vida como adultos es significativamente menor a la de aquellos que no fueron expuestos a estos factores y que, de acuerdo a estos estudios, no sólo tendrán padecimientos físicos, sino psicológicos como bajo rendimiento académico, que se traduce en abandonos escolares o la imposibilidad de terminar una carrera profesional.
El razonamiento obligado que tendríamos que hacernos en México es el siguiente: si en México hay 40 ó 50 millones de pobres, dependiendo del recuento al que uno quiera hacer caso, y si de esa cantidad de personas, la mitad son mujeres -algunas ya no en edad de procrear, claro esta- pero la gran mayoría en edad reproductiva o por entrar a ella en los siguientes años, lo que tendremos como resultado es que la mitad de los nacimientos en México en los siguientes años, estarán constituidos por bebés que fueron expuestos a estrés, mala alimentación, contaminación de agua sucia y alimentos insalubres que consumieron sus madres, esto sin contar tabaco, alcohol y drogas.
De comprobarse que los resultados de estos estudios son ciertos, las autoridades de salud mexicanas no tienen tiempo que perder, y aparte de combatir a las otras amenazas silenciosas de salud en México –la obesidad y la depresión- tendrían que canalizar esfuerzos y recursos a procurar que la gestación de nuestras mujeres se dé en condiciones que permitan que el feto se desarrolle en un ambiente de bienestar, que aparentemente, redundará también en adultos más sanos.
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