Se dice que en el mundo hay tres maneras de hacer las cosas: de la forma buena, de la forma mala y de la forma del ejército. Los militares de carrera no han tenido la misma formación que tuvimos el resto de los ciudadanos, pues crecieron en un entorno de trabajo, disciplina y orden que los civiles desconocemos. Estas diferencias cualitativas respecto al resto de la población del país les ha valido ser la punta de lanza en la lucha contra el crimen organizado en México.
Se ha hablado mucho en los últimos tres años sobre la conveniencia o no de que el Ejército Mexicano patrulle algunas zonas del país. Hay defensores de los derechos humanos y políticos de todas las corrientes que se oponen rotundamente a esta medida. Yo les digo, sin meternos en aguas muy profundas, que están mal. El Ejército era la única opción para enfrentar al crimen organizado en México. Con policías poco educados, corruptos y sin entrenamiento ni equipo adecuados, nuestro país se estaba convirtiendo en tierra de nadie.
Que los militares han cometido abusos, si, pero no más de los que han cometido las policías municipales, estatales y federales en su gris historia en México. Que tienen desertores, también, como los hay en la PFP en la SIEDO y en la PGR. Pero a pesar de sus tropiezos, creo que nadie podrá negar que hoy por hoy, el Ejército Mexicano y las Fuerzas Armadas son las instituciones más honorables del país.
Hay muchos factores por los que un militar está mejor capacitado para ser Secretario de Seguridad Pública de un municipio grande que un civil en estos días. Muchos de los civiles que han ocupado estos puestos en el pasado son prominentes abogados o policías que, arriesgando sus vidas y prestigio, han tratado de combatir al crimen en nuestras ciudades con herramientas –personales y materiales- muy limitadas a su disposición. El problema ahora es que los delitos de nuestros días no son sobre el asalto a un Oxxo, una pelea callejera, el robo de propiedad en un casa o incluso delitos más graves como violaciones y homicidios. El reto es cómo mantener una ciudad grande segura con delincuentes que llevan granadas, rifles de asalto y que tienen entrenamiento militar, no policiaco.
Los militares que ahora ocupan varias Secretarías de Seguridad Pública en algunos municipios del país no son solo gente vestida de verde, con el pelo corto y malhumorados. Son gente que conoce de historia y que han leído a Clausewitz, Hobbes, Keegan, Mao y a los más importantes autores de teoría militar reciente y antigua. Todos saben la diferencia entre estrategia y táctica y muchos de ellos han tomado cursos sobre guerra limitada y conflictos de baja intensidad, que es lo que estamos viviendo en México. No se puede enfrentar al crimen organizado con estrategias policiacas diseñadas para combatir asaltos a transeúntes y robos de coches.
Nos guste o no, el tener a los militares en las calles y ahora en cargos públicos es la opción menos mala entre un montón de opciones que créanmelo, no quisiéramos ni considerar.
Siguiendo la tradición de honor que les caracteriza, éstos militares asumen que están bajo el mando de autoridades civiles, que su trabajo es temporal y sus servicios serán necesarios en lo que sus conocimientos le permiten a nuestras ciudades salir delante de este desafío que se ha presentado. Para ellos sí, La Patria es primero.
No hay comentarios:
Publicar un comentario