viernes, 1 de abril de 2011

Max Weber y Las Revoluciones Armadas de Facebook y Twitter


Dicen que algo vuela en el viento que contagia el ánimo de las personas y de los pueblos. Pasó en 1810 cuando los países de las colonia españolas en América se independizaron de la Corona. Luego, en 1848 hubo una serie de revoluciones en Europa de la que sólo se libraron unos pocos países. En 1968 hubo movimientos estudiantiles en Francia, México, Polonia, Estados Unidos y muchos países más.


En ninguno de los casos antes citados existía alguna herramienta de comunicación en tiempo real y masiva que pudiera incitar a tanta gente a realizar esfuerzos coordinados por una causa común. Si acaso en el ‘68 ya había TV, pero era un instrumento muy débil comparado a la televisión de nuestros días.


El malestar y levantamiento en armas de la mayoría de los pueblos árabes del Norte de África y de otros países musulmanes en Medio Oriente sin duda representa un punto de inflexión para la historia de ésos pueblos, un antes y un después del 2011. Habrá que seguir con cuidado su desenlace, pues como decía el político y escritor irlandés Edmund Burke a finales del siglo XVIII, “muchos de estos nuevos comienzos, frecuentemente tienen infames y lamentables conclusiones”.


Casi un siglo después de Burke, el sociólogo alemán Max Weber planteaba tres tesis por las cuales los ciudadanos obedecían a sus gobernantes. La primera era “la autoridad del ayer eterno”, ahora estudiada como prestigio histórico. La segunda era “la autoridad del extraordinario don de la gracia” o el carisma del mandatario. La tercera era “la dominación en virtud de la legalidad” o dicho de otra manera, el orden y la justicia.


En Latinoamérica y en México en particular, somos amantes de la primer tesis de Weber, el prestigio histórico. Somos enfermizamente proclives a ver a un pasado glorioso que para el mundo no existe, y esto no me lo invento yo: los libros de historia dicen que como Nación hemos tenido poca relevancia en prácticamente cualquier contexto, sea militar, artístico, científico o político. No quiero decir que padezcamos de pobreza cultural, pues agraciadamente tenemos una rica cultura y tradiciones, pero en el ámbito internacional no ostentamos ningún logro ni mediano aunque sea, por el cual debamos estar profundamente orgullosos de nuestro “prestigio histórico”. Algunos países que se encuentran actualmente en crisis que sí gozan de ese prestigio histórico son los egipcios, los griegos y los españoles, por citar a algunos.


Pero a pesar de que carecemos de ese linaje histórico internacional, la mayoría de los mexicanos estamos enamorados del pasado. No tengo ninguna encuesta para sustentar mi siguiente afirmación, pero creo que el sentir de la mayoría de los mexicanos es que nuestros mejores días están en el pasado.


Respecto al segundo punto de Weber, “el carisma del mandatario”, en México solíamos ser blandos ante los líderes carismáticos. Las figuras de Juárez, Madero, Cárdenas, y otros tantos más de nuestro pasado, son sagradas en la psique del mexicano. Pero después de Díaz Ordaz, la figura presidencial se ha devaluado y hoy pocos mexicanos vemos, ya no digamos con admiración, sino con un poco de respeto a nuestros presidentes. Ni que hablar de los legisladores, gobernadores y de los partidos políticos en general, que se han vuelto los villanos preferidos del pueblo.


Sobre el orden y la justicia, el último punto de Weber, no hay necesidad de gastar mucha tinta para comentarlo. No somos un estado fallido como maliciosamente se nos quiso etiquetar hace un año, pero sí somos un país en donde reina la impunidad, no la justicia. Aquí el político, lo mismo que el burócrata, el delincuente y el empresario corrupto hacen lo que quieren porque tienen un gran incentivo para delinquir: nadie los investigará y nadie los sentenciará. Las cárceles, como se dice vulgarmente, están llenas de jodidos, no de culpables y para muestra ahí está el documental “Presunto Culpable”.


Nuestros políticos nos toman por títeres electoreros que somos de utilidad cada tres y cada seis años, e ignoran que el sentimiento de frustración e impotencia de la gente es universal, no particular a alguna región o cultura: en estos temas no somos diferentes de los egipcios, sirios, marroquíes y libios. Los partidos políticos, los verdaderos dueños del balón en México, deben entender que en esta época de revoluciones emanadas de Facebook y Twitter no tendrán tiempo para enmendar cuando les explote el cuete en la mano.


Dice la historia que le preguntó Luis XVI a su confidente el Duque de La Rochefoucauld-Liancourt: ¿qué es éste desorden, un motín? Él le respondió: “No, Majestad, es una revolución”. No parecería difícil imaginar que Mubarak hizo la misma pregunta antes de salir. Nuestros políticos ven con lejanía lo que pasa en Medio Oriente y les cuesta entender el gran poder que ha tomado la gente con las redes sociales. ¿No ven la agresividad contra los políticos que usan Twitter? La gente está enojada. Éste es un buen momento para que nuestros gobernantes y políticos reflexionen y se pongan a trabajar para mejorar un país que no puede aguantar ni un minuto más de arrogancia y negligencia. O bien, que pongan sus barbas a remojar, pues las del vecino en Egipto han sido cortadas hace un twit y dos mensajes de texto. Así de cerca estamos de Egipto en estos días.


pesquera@gmail.com

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