Espero que hayan sobrevivido al frenesí del Bicentenario y que les sea leve la resaca, seguramente de proporciones iguales a la de los festejos de anoche.
Aparte de la ya tradicional y aparentemente crónica división política que vive México, ahora el tema que ha estado de moda en los medios es si debimos celebrar fastuosamente o no. Y claro, como parte de la herencia que dejaron los españoles en nosotros, somos una nación proclive al debate fútil y lo mismo tendremos una acalorada discusión sobre el nuevo técnico de la selección mexicana, que sobre la pertinencia o no haber celebrado con bombos y platillos este pasado 15 de Septiembre y el próximo 20 de Noviembre.
Independientemente de cuál haya sido la decisión que tomaron, una vez acabado el furor de las fiestas Patrias, y cuando nuevamente volvamos a tocar piso en nuestra cotidianidad, tendremos que levantar la mirada y pensar, ahora sí, a dónde queremos ir.
Nuestra clase política es, sin duda, la que tiene las cuentas más grandes por pagar a un país y a una sociedad que le dio “carte blanche” para consolidar una democracia que ha progresado marginalmente, comparada al ritmo de las demandas y necesidades de un México que sigue creciendo aceleradamente y que exige más oportunidades, empleos, educación y seguridad.
Pero el gran reto, no es de los políticos, pues ellos entran y salen y no les interesa en absoluto tu bienestar, sino el propio y el de su partido. El gran desafío lo tenemos nosotros, la sociedad, los mexicanos, que no debemos conformarnos con las miserias que nuestros legisladores nos entregan cada Legislatura y que no nos permiten despegar. No debemos conformarnos con las policías poco preparadas y corruptas que tenemos, no debemos conformarnos ante un sistema bancario voraz y ante los monopolios que tienen al país anclado al desarrollo y al avance que ellos quieren y que les conviene.
Pero para poder levantar la voz, también tenemos que hacer nuestra parte. Tenemos que acostumbrarnos a la idea de pagar impuestos, nadie tiene derecho de manotear sobre la mesa, si no cumple con su obligación de tributar.
Los jóvenes tienen que mostrar más interés por todo, por la vida misma. La apatía parece ser el común denominador entre la chaviza. En las aulas de las universidades, la mitad de ellos está con la laptop abierta “twiteando”, “feisbuqueando” o leyendo noticias del espectáculo y los más descarados mandando textos por el celular. Muy pocos llegan a tiempo y con la clase preparada y el regateo para la extensión sobre la entrega de tareas y la calificación de evaluaciones es la norma. Es una generación que desde las aulas quiere hacer poco y tener mucho de regreso. Así no se construye un país próspero.
Los padres han decidido también entregar una consola de video juegos a sus hijos, en lugar de un libro. Muy pocos leen a sus niños por las noches, y mejor esperan a que la tele los duerma por aburrimiento o por aturdimiento.
Los empresarios, que han sufrido como nadie esta reciente crisis, también tienen que dar un poco más, y no me refiero al esfuerzo que día con día hacen por mantener sus negocios abiertos. Tienen que hacer más por cambiar a una cultura empresarial responsable, que les dé a sus trabajadores oportunidades de crecimiento personal y profesional, y no seguir con la de pseudo-explotación que aún prevalece en muchos sectores. Tienen que pensar en el medio ambiente, en el lugar que dejarán para que vivan sus hijos y nietos.
Éste es un buen momento para ponernos a pensar de verdad qué nos falta por hacer y poner las manos a la obra. Ya está por acabar el fiestón Bicentenario y después de gritar “Viva México”, los invito a que de verdad hagamos algo para que México viva.
pesquera@gmail.com
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