No cabe duda que en tiempos de dificultad para la Iglesia Católica, el cardenal Juan Sandoval Iñiguez ha venido a complicarle más las cosas a una institución que, igual que la FIFA, ha fallado terriblemente en entender y acoplarse a los tiempos que vivimos.
Una de las pocas cosas buenas que ha dejado la alternancia en este país es el derecho a opinar diferente. En lo personal me siento beneficiario de éste logro de la democracia que hoy me permite lo mismo expresar mi opinión sobre los excesos e ineptitud de nuestros políticos, que sobre la corrupción entre muchos de nuestros empresarios.
Pero las libertades tienen límites y nada más y nada menos que el mismísimo Benito Juárez, a la sazón Némesis de la Iglesia, nos enseñó que nuestra libertad termina cuando comenzamos a invadir la de los demás. Es precisamente ahí en donde el cardenal ha fallado. Falló en el fondo, pues antes de hacer declaraciones tan serias en contra de Marcelo Ebrard y de los Ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, llamándoles corruptos por haber aprobado el matrimonio entre parejas no heterosexuales y la adopción de niños por las mismas, tendría que haber hablado con algún abogado, que aparte de las Leyes de Dios, entendiera de las Leyes de la Tierra y más específicamente de las Leyes bajo las que nos regimos todos los Mexicanos: la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Nuestra Carta Magna en su artículo 130 dice que “los ministros (de culto) no podrán en reunión pública, en actos de culto o de propaganda religiosa, ni en publicaciones de carácter religioso, oponerse a las leyes del país o a sus instituciones…”. El Cardenal y la Iglesia en su conjunto decidieron oponerse públicamente a una Ley, violando flagrantemente uno los artículos de la Constitución que regula su actividad en el país y ahora tendrán que enfrentar a la justicia, no Divina, sino de nuestros tribunales.
Falló en la forma también, pues sus grotescas y burdas declaraciones parecen más dignas de un líder sindical de tercera, que de un alto jerarca de la Iglesia Católica. Yo, que fui educado en una escuela Católica, sé que ésas no son las formas ni los modos en que un católico, por conservador que sea, se puede expresar de su prójimo.
Ahora vamos a la materia. El debate sobre los matrimonios entre parejas no heterosexuales y la adopción de niños por parte de las mismas ha girado más en torno a emociones, prejuicios y estigmas sociales, que alrededor de datos duros que nos permitan observar el asunto con objetividad. Para tal efecto, Timothy Biblarz de la Universidad del Sur de California y Judith Stacey de la Universidad de Nueva York publicaron el pasado mes de febrero un estudio en la revista “Journal of Marriage and Family” (Diario del Matrimonio y la Familia) titulado “Cómo afecta el género de los padres”. Su exhaustivo trabajo de 15 páginas cita 142 autores y estudios en base a los cuales pueden hacer algunas aseveraciones, de carácter científico, algunas concluyentes y estadísticamente significativas.
Su trabajo se basa en los resultados de diferentes estudios y literatura sobre niños criados por parejas heterosexuales, por madres solas, padres solos, por parejas de lesbianas y en menor medida, por parejas de homosexuales, comparando textualmente, peras con manzanas.
Resumiendo su complejo trabajo, puedo incluir en este breve artículo algunos de sus hallazgos: las madres solteras tienden a involucrarse más con los niños, ponen más reglas, se comunican mejor y se sienten más cercanas a sus hijos que los padres solteros. Sus hijos tienen mejores calificaciones y son menos proclives a la delincuencia y a ser abusados que los niños de padres solteros. Pero el verdadero reto a todos los preceptos que tenemos sobre la paternidad heterosexual es el que nos imponen las madres lesbianas: en promedio, las madres lesbianas pasan más tiempo con sus hijos que las parejas hetero, tienen menos disputas con sus niños y definen el proceso de co-crianza de los chicos como más placentero y compatible que muchas parejas típicas. Los niños muestran más apertura a discutir temas emocionales con ellas y tienen mejores calificaciones y menos problemas de conducta que los niños criados por mamá y papá.
Y el mayor de los retos a nuestra inteligencia: estadísticamente no hay indicadores que muestren que los hijos de parejas de lesbianas o de homosexuales tengan una orientación sexual diferente a la que la naturaleza les dio, esto es, no hay indicios de que los niños criados por gays, vayan a serlo también.
El asunto que estamos debatiendo es, pues, sobre moralidad, inmoralidad, costumbres, tradiciones, cultura y prejuicios, todos subjetivos bajo la óptica individual y que son sin duda alguna, una muestra más del éxito de nuestro recientemente adquirido derecho a disentir respetuosamente de los demás.
Por eso digo, Sandoval, estás mal.
pesquera@gmail.com
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