En la mitología de los indios nativos americanos, que está llena de fábulas y simbolismos, hay una historia que quiero compartir y reflexionar.
Cuenta la historia que un atardecer, el viejo abuelo Cherokee le habla a su nieto sobre la batalla interior que hay en todas las personas. Le dice, “hijo, adentro de nosotros hay una batalla entre dos lobos. Uno es malo. Es el coraje, la ira, la envidia, la avaricia, la arrogancia, el resentimiento, la inferioridad, las mentiras, el falso orgullo, el sentido de superioridad y el ego. El otro lobo es bueno. Es el amor, la esperanza, la paz, la serenidad, la humildad, la gentileza, la benevolencia, la empatía, la generosidad, la verdad, la compasión y la fe.” Después de pensar un minuto el nieto pregunta a su abuelo: ¿Y cuál de los dos lobos gana al final?” El viejo abuelo Cherokee responde: “el que tú alimentes”.
Esta semana ha estado marcada –nuevamente- por niveles de violencia que parecen superar las atrocidades de la semana anterior, y que aparentemente palidecerán frente a las noticias de la semana entrante. Aún no hemos llegado al punto de dejar de sorprendernos por la perversidad que se vive en el país, y las historias de horror que escuchamos del norte del país parecen estar cada día más cerca de todos en todo el territorio nacional. El miedo generalizado reina, ya no en el subconsciente, sino en la parte más superficial del colectivo nacional.
Cuando una sociedad en su conjunto se llena de resentimiento, de odio, de miedo y de impotencia, el pronóstico es desalentador: paranoia en aumento, gente haciéndose justicia por sus propias manos, armándose ilegalmente, y tomando lo que se le antoja a cada quien. Y como en todo círculo vicioso, la violencia, genera más violencia y el crimen parece estar en una ola ascendente.
Existen teorías económicas sobre la participación de la gente en actividades delictivas. Como destaca el economista Gary Becker, las personas deben optar por asignar su tiempo entre trabajar en el mercado laboral legal o el de actividades delictivas, de tal forma que maximicen su utilidad. Tras evaluar y superar el riesgo de ser descubiertos, sancionados, el tamaño de la pena, el estigma social o cualquier malestar moral asociado con la participación en el crimen, aquellas personas que reciban mayores ingresos procedentes de actividades delictivas que de actividades legales, elegirán la participación en el crimen.
En este modelo, el crimen aumentará en la medida en que el salario formal-legal de una persona sea más bajo respecto a las ganancias asociadas a incursionar en el crimen organizado. El crimen disminuirá si el riesgo de ser aprehendido y sancionado aumenta. La evidencia disponible sugiere que los individuos son más propensos a cometer delitos contra la propiedad si tienen salarios bajos o poca educación. Pero la ocurrencia de crímenes violentos, incluyendo asesinatos, no está típicamente relacionada a las oportunidades económicas de quienes los cometen. Hay también un componente de maldad.
Bajo la lógica de este modelo económico –discutible en algunas áreas y que no incluye consderaciones éticas- parece que en México estamos alimentando al lobo malo: los criminales hacen un cálculo muy sencillo sobre las casi nulas posibilidades de ser aprehendidos y castigados, mientras la sociedad civil por su parte, ve la debilidad del Estado y está optando cada vez con más frecuencia y con sus limitados recursos, por hacerse justicia por propia mano, entrando en una destructiva y autojustificada dinámica de “maldad por defensa propia”. Basta ver los comentarios al pie de todos los periódicos por internet y los posts en Twitter de miles de personas frustradas y furiosas que encuentran desahogo en esos medios. Como dicen Jorge Castañeda y Héctor Aguilar Camín, México está deprimido.
La única manera de contrarrestar esta fuerza negativa, es imponiendo otra igualmente fuerte pero que actúe en sentido opuesto a la que hoy tenemos. Si tan sólo pudieramos ser más amables con quienes nos rodean, más honestos en lo que hacemos y buscáramos soluciones y propuestas, en lugar de señalar perpetuamente a los políticos y delincuentes como culpables de la debacle nacional, comenzaríamos sin duda a darle de comer un poco al lobo bueno y cambiaríamos el ánimo de nuestro país y de su gente.
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