En Las Vidas Paralelas de Plutarco, hay un pasaje que ha tenido gran significado para los estudiosos de las ciencias militares y que gracias a él, se acuñó un término de uso más o menos popular, del que pocos conocen su origen: “victoria pírrica”.
El rey Pirro, de la zona griega de Epiro, había terminado de enfrentar –y derrotar- el ejército romano en una batalla en la que su armada se vio muy golpeada. Al ser felicitado por su victoria, el rey Pirro dijo “si resultamos victoriosos una vez más ante los romanos, quedaremos inexorablemente en ruinas…”
Continúa Plutarco “…porque (Pirro) había perdido gran parte de las fuerzas con las que llegó, y a excepción de unos pocos amigos y generales, no tenía otros a quienes él podría convocar de casa, y vio que sus aliados en Italia se estaban convirtiendo en indiferentes, mientras que el ejército de los romanos, como de una fuente que brota desde el interior, era fácil y rápidamente renovado de nuevo, y no se desanimó por la derrota, es más, su ira les dio todo el vigor y la determinación para continuar la guerra”. (Cualquier similitud entre Pirro y el Presidente Calderón, es pura y merita coincidencia).
El Teniente Coronel Isaiah Wilson III, experto en guerra limitada y conflictos de baja intensidad –que es lo que vivimos actualmente en México- de la Academia Militar de West Point dice: “Las victorias pírricas, esta tendencia de los fuertes a perder ante los débiles en batallas con fines, formas y medios asimétricos, pueden ser observadas como una paradoja”.
Y en nuestro caso, la paradoja no es sólo militar, sino política y mediática. Esta semana comenzó –de nuevo- un debate entre los más prominentes intelectuales, académicos y comunicadores sobre el estatus de la lucha contra el crimen organizado en México. Llama la atención la nota de Ciro Gómez Leyva citando a Héctor Aguilar Camín el miércoles pasado en su columna en Milenio titulada “Los hijos de puta comienzan a ganar la guerra”. Un buen número de periodistas han contribido a la crónica del asunto, siendo el fallecido Jesús Blanco Ornelas, y ahora Jorge Fernández Menéndez y Raymundo Riva Palacio, entre otros pocos, quienes conocen más el problema de forma y fondo, pero que a pesar de la sagacidad de sus plumas, carecen del sustento académico, técnico y científico de la materia como para hacer propuestas que lleven a políticas públicas de seguridad.
De los más prominentes académicos e intelectuales como Arturo Alavarado Mendoza, Sergio Aguayo, Carlos Montemayor y Jorge Chabat, por mencionar algunos, hay trabajos muy interesantes, pero no son suficientes para exponer el problema en toda su amplitud. Se necesitan más expertos en áreas específicas del problema de la seguridad nacional y del combate al crimen organizado para poder influir de manera contundente en las decisiones de legisladores y gobernantes.
El debate –y consecuentemente la generación de literatura relevante- ha sido en general pobre por múltiples razones y está centrado, lamentablemente, en percepciones y opiniones más que en datos, estudios y análisis que se puedan poner sobre la mesa de quienes hacen las políticas de seguridad y combate al crimen organizado en México. Hay muchas razones por las cuales este debate es pobre y en este escrito me limitaré a mencionar tres.
La pimera tiene que ver con los medios. La prensa escrita, por su formato y objeto, no puede aportar ideas concretas y estructuradas que redunden en propuestas sólidas para la solución del problema. Su objeto es el de informar y en el mejor de los casos opinar –unos más elocuentemente que otros- sobre la desgracia que actualmente vive el país. Hay que agregar también que la prensa local en decenas de municipios, ha sido víctima del asedio del crimen organizado, haciendo de la labor periodística en México, en su parte más importante y esencial –la del reportaje de campo-, una de las profesiones más peligrosas del mundo. La paradoja es que en México, si no hay sección policiaca en un periódico, el periódico no vende, y si no circula efecivamente, no hay anunciantes, ni negocio ni viabilidad para el diario.
La prensa electrónica, por su parte, ha influído enormemente y en algunos casos, no necesariamente de manera positiva al debate. En un país en el que la gente no lee, sino que mayoritariamente ve la televisión y en menor medida escucha la radio, las opiniones –e intereses- de estos medios se vuelven las versiones más vistas y escuchadas por la opinión pública. Se nos olvida que el objeto de las televisoras y radiodufusoras es tener ratings para vender spots y ganar dinero: son empresas, negocios. No es su finalidad ni función, la de proponer ideas para solucionar la inseguridad en México, ésa no es su bronca.
Una segunda razón es que no hay –que yo sepa- en México un centro de investigación o “think tank” especializado y serio en temas de seguridad pública y seguridad nacional como, por ejemplo, el Arnold A. Saltzman Institute of War and Peace Studies, de la Universidad de Columbia. Al no ser México un país con una vocación belicosa hacia el exterior y cuyo Ejército era tradicionalmente una institución para los tiempos de paz y para la ayuda en desastres naturales, la academia y sus mecenas han subestimado completamente el valor de invertir en un centro de esta naturaleza, que estudie no sólo las amenazas de seguridad del exterior, sino las amenzas internas, entre ellas, el crimen organizado. Algunos organismos, universidades e instituciones privadas emiten con poca frecuencia informes y estudios de coyuntura sobre la situación de inseguridad que vive el país. El Tec de Monterrey, a raíz de la desgracia ocurrida en sus instalaciones, escribió una propuesta para mejorar el problema de la inseguridad en México, pero hasta ahora nada se sabe sobre el avance de su documento. El ITAM, el Colmex, así como el CEESP y otras instutuciones con investigadores de talla, pero que no cuentan con el apoyo de un centro especializado en la materia, no producen suficiente material como para proponer un debate de contenido y estatura suficientes para la gravedad del problema.
La tercera y última que quiero abordar en este escrito, es que el Ejército y las Fuerzas Armadas de México no comparten a sus académicos y oficiales –que tienen en buen número y calidad- con el resto de los académicos e investigadores no militares del país. Para empezar, debería permitírseles escribir, publicar y enseñar fuera del ámbito militar. A falta de un programa similar para civiles en México, yo estudié políticas de seguridad en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos, y la gran mayoría de mis profesores eran militares de West Point con experiencia en batalla, que han publicado libros y artículos en las revistas más influyentes de Estados Unidos. Militares como Isahia Wilson III, a quien cito unos párrafos arriba, Michael Sheehan, Reid Sawyer, Wesley Clark, John Nagl, Harry Summers, Thomas Ricks y Kenneth Waltz, han contribuido al debate sobre las políticas de defensa y seguridad de Estados Unidos. En México, nuestros militares más brillantes están en el Heróico Colegio Militar, de intercambio en alguna academia de Estados Unidos o Europa, otros más en alguna Embajada, y el resto oxidándose en algún cuartel.
Si los militares en México no abren su gran acervo y experiencias a los académicos e intelectuales del mundo civil para que se pueda estudiar el problema de la seguridad en México intergrando su perspectiva al análisis, estaremos estancados en el debate superficial y futil del problema, y no podremos enriquecer el nivel de diálogo y de propuestas para terminar con la barbarie que vive el país en estos días.
La academia e iniciativa privada también tendrían que ir pensando en invertir en un centro especializado de investigaciones y estudios sobre seguridad en México. Si más de 30 mil muertos, miles de extorsionados y centenares de secuestrados no valen la inversión de algunos millones de pesos en investigaciones y estudios para combatir este cáncer que está acabando con la convivencia nacional, no sé qué necesitaremos para rescatar al país. Estaremos, tristemente, condenados a las victorias pírricas.
pesquera@gmail.com
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