Por motivos de trabajo el miércoles 19 desperté en Washington D.C. en donde el tema central desde hace unos días ha sido la visita del presidente chino Hu Jintao a la capital americana. Esta visita de estado –la categoría más alta en la jerarquía de vistas de mandatarios extranjeros a Estados Unidos- ha causado gran polémica, comenzando por todos los canales de noticias que ofrecen cobertura con expertos en las relaciones bilaterales chino-americanas en temas políticos, de defensa, comercio, economía, y derechos humanos, por mencionar algunos.
La polémica también se vivía en las calles. En mi camino rumbo al aeropuerto, pasé a un costado de la Casa Blanca, en donde pude observar las banquetas saturadas de manifestantes de grupos que denunciaban el abuso de derechos humanos en China, así como de inconformes trabajadores americanos que dicen que China les está robando empleos.
A diferencia de las reuniones entre líderes de países latinoamericanos, que son totalmente irrelevantes para lo que ocurre en nuestras vidas, ésta cumbre entra en esa pequeña categoría de eventos que pueden tener influencia en lo que ocurrirá en nuestros bolsillos, negocios y en nuestra cotidianidad. En un mundo multiconectado e interdependiente, lo que hagan estos dos gigantes tendrá repercusiones en todo el planeta.
Lo que estamos observando es el ascenso de un país a la categoría de potencia mundial de una manera pacífica, por lo menos hacia el exterior.Contrario al ascenso de Estados Unidos, así como del Reino Unido y otras potencias del pasado por la vía del ejercicio del poderío militar –que los chinos, por cierto, también tienen-, China está creciendo a pasos agigantados basando su crecimiento en dos principios, que hasta ahora no han involucrado una sola bala contra intereses occidentales.
El primer principio es de orden interno y consiste en el ejercicio del poder absoluto e incuestionable del Estado sobre todo y todos en China. Ese poder que han ejercido los líderes chinos dentro de su soberanía les ha permitido, no sin atropellos y abusos a su población, crecer a los pasos que lo hacía Estados Unidos en los años cincuenta y sesenta, desarrollando una infraestructura y capacidad productiva sin precedente en la historia. Hacer una presa es muy fácil para ellos: se saca voluntaria o involuntariamente a quienes viven en el lugar, se trae maquinaria y obreros y listo, en dos años hay una presa nueva. No hay que consultar a los pobladores, ni a grupos de protección del medio ambiente ni a nadie. Y el esquema se repite para fábricas, calles, edificios, casas y parques.
Thomas Friedman escribió un artículo en el New York Times hace un par de años titulado “Seamos China por un día” y su argumento principal era que si en Estados Unidos existiera la hipotética posibilidad de que por 24 horas el presidente tuviera facultades de dictador, todos los problemas de Estados Unidos se arreglarían de inmediato. Se aprobarían todas las reformas urgentes e importantes de un plumazo, sin necesidad de cabildear ni negociar en el Congreso, ni que hablar de preocuparse por auditorías, ni por los medios ni por la opinión pública, ni por nadie. Friedman se refería a esa paradoja en la que las dictaduras bien manejadas, aunque tienen costos humanos y políticos muy altos en un inicio, pueden ser positivas a lo largo del tiempo (véase a Chile y a Singapur, por ejemplo).
El segundo principio del crecimiento de China está basado en una creciente búsqueda de influencia hacia el exterior. Como escribió Fareed Zakaria en su libro “El Mundo Post-Americano”, Estados Unidos ha cedido parte del pastel de la influencia del orden mundial, no necesariamente por un debilitamiento propio, sino por el ascenso de otras fuerzas, siendo la china la más prominente.
Posterior al delicado equilibrio de poderes del mundo bipolar que reinó durante la guerra fría, EUA quedó como hegemonía sobre la faz de la tierra, al menos por unos años. Lo que vemos ahora es que Europa no tuvo la talla para crear un contrapeso ante el dominio estadounidense y se conformó con ser “la conciencia” del planeta. Los europeos viven razonablemente cómodos y a pesar de las altas tasas de desempleo y de la pobreza que está empezando a generarse en algunas áreas del continente, no tienen el hambre de reconocimiento y mucho menos ganas de trabajar tanto como lo chinos.
China decidió ser ése contrapeso en el escenario mundial. Siendo del club de países con armas nucleares, con una población inmensa y con dinero de sobra en los bolsillos, China tiene voz, voto y una chequera que le dan una prominencia extraordinaria en todos los escenarios y ámbitos del mundo. Ya sea rescatando a los gringos y europeos de sus crisis financieras, invirtiendo en países africanos, participando en conferencias económicas, simposios de energía, ferias de equipo militar o simplemente en exposiciones de bienes de consumo, China abruma a todo y a todos con su presencia.
Hay quienes dicen que la India tiene potencial para ser como China. Yo creo que puede acercarse, pero nunca llegará a los niveles de China por una simple razón que ha sido su azote, como el de todos los países latinoamericanos: la religión. En China han salido centenas de millones de la pobreza en los últimos 20 años, en la India su religión de castas no les permite “upgrades” e incluso viven con cierto grado de resignación –como nosotros- de que la pobreza será premiada en otra vida o en el cielo. Los chinos quieren todo aquí y ahora.
Por lo pronto esta reunión tendrá una agenda cargada en varios puntos. Los americanos cuestionarán la manipulación de la divisa china por parte del gobierno, el ya no tan sutil apoyo de China a Irán y Corea del Norte, sus abusos a los derechos humanos, el desafío a la supremacía militar norteamericana en el oeste del Océano Pacífico, incluida la presentación del avión caza chino J-20, pero sobretodo, pedirán una cosa: mayor acceso de los productos americanos al mercado chino. Los chinos no solicitarán mucho de los gringos, pero pedirán a los americanos que balanceen su presupuesto para dar garantías a la gigantesca inversión china en bonos del Tesoro Americano. Su principal petición se reducirá a la obtención de un simple gesto: el reconocimiento de su estatura en el orden mundial.
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