El pasado sábado por la tarde-noche mi esposa y yo caminamos por Broadway las 13 cuadras que separan nuestro departamento en la calle 55 del famosísimo Times Square en Nueva York. Íbamos al cine. Al pasar por la calle 45 vimos mucha gente amontonada y mucha policía, nada raro en Manhattan y menos en esa zona. Comentamos que habría que ver las noticias en la noche para ver qué había pasado. Lo que sucedió es que íbamos pasando por el punto exacto en el momento exacto en el que acababan de reportar un vehículo sospechoso estacionado que, más tarde sabríamos, era un automóvil cargado con explosivos.
Al final, el lunes pasado en un arresto Hollywoodesco, las autoridades detuvieron en el asiento de un avión a punto de salir a Dubai a un joven Pakistaní de nacimiento y ahora naturalizado americano llamado Faisal Shahzad, quien aceptó sin mayor resistencia, ser el hombre que había llevado el auto-bomba a Times Square.
La noticia corrió como pólvora por todos los canales de televisión, prensa escrita y medios electrónicos. En la página principal de Yahoo! había una nota en la que la Associated Press relataba la captura del presunto terrorista. Comentaron la noticia casi 7 mil personas. Lo que se puede leer en los comentarios de los lectores es, a mi juicio, una radiografía del sentir de la sociedad estadounidense respecto al terrorismo y a la inmigración. Decenas de comentarios iracundos de gente que dice que los extranjeros van a acabar con el país, otros muchos apoyando “con justa razón” la Ley SB1070 de Arizona, otros presagiando que por la frontera sur es por donde vendrán terroristas a atacar suelo americano, muchos haciendo generalizaciones como “no todos los musulmanes son terroristas, pero todos los terroristas son musulmanes”, en fin, las pasiones llevadas a los extremos. También había comentarios conciliadores, pero todos y cada uno de ellos eran refutados, algunos muy elocuentemente, por gente que desea que se cierren las fronteras y que abierta y rutinariamente se hagan perfiles raciales y étnicos de los extranjeros que visitan Estados Unidos y de aquellos que buscan la residencia permanente o ciudadanía.
Este nacionalismo y chauvinismo exacerbados en las últimas semanas tanto por la ley de Arizona, como por el fallido atentado en NY por un inmigrante, son municiones para los candidatos republicanos a los diferentes puestos de elección que se disputan este Noviembre. El debate se centrará ahora en la seguridad nacional y en que los extranjeros son (somos) malos.
En Nueva York es difícil sentirse mal como extranjero: hay tanta de gente de tantos lugares, que resulta incluso cómodo –socialmente hablando- vivir en esta ciudad. Pero en los Estados del Sur, la cosa cambia. Cada vez veremos con más frecuencia actos discriminatorios, no sólo contra nuestros paisanos, sino contra inmigrantes también morenitos, pero que son de la India, Pakistán, Irak, Irán y los países del Medio Oriente.
El dilema que enfrentan muchos profesionistas mexicanos –abogados, banqueros, arquitectos, médicos, entre otros- que pudieran tener la opción de trabajar en ambos países es muy sencillo: prefieren insertarse en la clase media gringa en un ambiente de relativa tranquilidad y seguridad, que explotar todo su potencial profesional en México con el riesgo de ser asaltados, secuestrados, o cosas peores. Todos tienen un común denominador, pues al instalarse en Estados Unidos como inmigrantes de primera ocasión, ellos y sus hijos pasan automáticamente a ese grupo denominado “ni de aquí ni de allá”, pues la verdadera integración a la sociedad americana, según algunos estudios, se da en la tercera y cuarta generación de estos inmigrantes.
Los que volvemos a México vemos oportunidades, pero es indiscutible que sentimos temor por nuestra integridad y la de nuestras familias por la violencia en el país. Los que se quedan en Estados Unidos tendrán también sin duda muchas oportunidades y tranquilidad aquí, pero como están las cosas en este momento, apellidarse González, Martínez o Pérez, sin importar el color de piel, podría ser motivo de discriminación. Ni pa’ donde hacernos.
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