lunes, 21 de septiembre de 2009

Lo que recordé en un taxi en NY

Nota publicada originalmente en Milenio Diario el Jueves 17 de Septiembre de 2009
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El martes 15 de Septiembre por la mañana abordé un taxi en la Avenida Madison, y al escucharme hablar español por teléfono, el conductor me preguntó en dónde iba a ser la fiesta mexicana por la noche. Le dije que iríamos a algún restaurante a cenar y nos regresaríamos a casa temprano todos, pues aquí el miércoles 16 no era día de asueto.

El taxista era dominicano y nos dijo a mi acompañante y a mí que sentía mucha tristeza por lo que pasaba en México. Enterado de la actualidad política de nuestro país, conocía nombres de funcionarios que algunos mexicanos no conocen, como José Luis Soberanes por ejemplo, y de los principales partidos y de sus jugadores clave, nos preguntó a mi colega –mexicano también- y a mí que cuál creíamos que era el principal problema en México.

Por mi mente pasó la crisis económica, de seguridad/inseguridad, la crisis política, la falta de acuerdos, la terrible pobreza en que vivimos, y otras cosas más. Mi amigo dijo pronto, la corrupción.

A mí no se me vino la palabra a la mente. Hay tantos problemas tan graves, tan urgentes de resolver y tan evidentes que la palabra corrupción no apareció por mi cabeza.

El taxista dijo: “Ése es el origen de los problemas en México”. Mientras el dominicano nos daba una cátedra sobre corrupción –era maestro, después supimos- mi amigo asentaba y eventualmente opinaba, mientras yo estaba pasmado por el descubrimiento –o redescubrimiento tal vez- de esa palabra que ya había borrado de mi vocabulario.

¿Cómo me olvidé de ella? Tal vez lo hice porque gracias a los medios que dominan el aire y las planas de los periódicos en México, en mi mente solo hay miedo. Miedo al secuestro, a que te toque estar en medio de una balacera, a que toquen en tu negocio un día y te digan que hay que darles 10 mil pesos mensuales “o cuello”, a que le pase algo a mis seres queridos, miedo a todo y a todos.

Nuestros gobernantes están felices porque mientras nosotros estamos asustados 24 horas al día, 7 días a la semana, a todo mundo le da igual la corrupción. Qué importa si los diputados cambian boletos de avión por dinero, si se suben los sueldos, si se dan bonos, si le dan contratos a sus parientes y amigos, si ponen sus intereses por encima de los de la Nación. A mí hoy no me importa que el jefe Diego y su pandilla, tal como lo hizo Hank González en su tiempo, y como han hecho todos los gobernantes del DF desde Cárdenas hasta Ebrard, ignoren el término “conflicto de interés”. Yo solo espero que ese día que a muchos mexicanos inocentes ha llegado en los últimos años, no me llegue a mí.

Si la corrupción no existiese o fuese menor en México, el problema de seguridad no sería tan grave como es ahora, la economía no iría tan mal, abrir un negocio no sería tan difícil, entrar en un coche con placas de provincia al DF no costaría 500 pesos, los tribunales funcionarían, la gente denunciaría, en fin, todo lo que nos aqueja ahora tiene su origen en la maldita corrupción.

El ataque a la corrupción requiere un cambio estructural, desde la raíz. La guerra contra el crimen organizado, por ejemplo, es sólo la “punta del iceberg” del problema, el inmenso bloque de hielo debajo del agua es la corrupción.

El porcentaje más alto de muertes de la guerra contra el crimen organizado en México ha sido entre los mismos miembros del crimen organizado, entre similares. ¿Se imaginan una lucha entre buenos y malos al interior del gobierno –sin balas desde luego- para limpiar al país de la corrupción? Yo tampoco.

Gracias al taxista recordé el origen de nuestra miseria y pasé un 15 de Septiembre con la bandera a media asta.

rp2350@columbia.edu

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