Durante décadas hubo una especie de regla no escrita entre los aspirantes a la Presidencia Municipal de León: fórmate en la fila, disciplínate y te llegará tu hora.
Así fue como todos nuestros alcaldes modernos llegaron a ocupar el puesto. Carlos Medina dejó el asiento un año a Facundo Castro, y de ahí en adelante todos se formaron: Eliseo Martínez, Luis Quirós, Jorge Carlos Obregón, Luis Ernesto Ayala, Ricardo Alaniz, Vicente Gerrero y Ricardo Sheffield. Todos ellos, o por lo menos desde Luis Ernesto, manifestaron interés de ser alcalde una administración antes de haber llegado al puesto.
Si ésta lógica prevaleciera, tocaría turno a Miguel Salim de ser alcalde. De hecho, no es raro hablar con gente de buen entendimiento que diga que es turno de Miguel, pues se formó, perdió y “ya le toca”.
Resulta difícil explicar a quienes tienen esa creencia, que las cosas han cambiado, y en la mente de muchos leoneses prevalece la idea de que el que se formó, sigue en línea directa para el puesto.
Parte de la explicación de por qué el sistema ya no funciona así, viene de los triunfos electorales del PAN el la última década. Así como se dice que el PRI tuvo un punto de inflexión con la llegada de Echeverría al poder, y que a partir de ahí todo fue declive para el tricolor, la llegada del PAN a la Silla Presidencial en el 2000, marcó un hito en la historia de Acción Nacional, no sólo hacia afuera de la agrupación política, sino hacia adentro del mismo partido.
El primer gran cambio fue dejar de ser oposición. Y me dirán algunos que en León el PAN no ha sido oposición por más de 20 años, y tienen razón. Pero hasta antes del 2000 la disciplina y discurso del grupo seguían siendo de oposición, con León y el Estado de Guanajuato como islas en un mar dominado por el PRI. Así pues, ante las aspiraciones individuales, la mayoría de los precandidatos se disciplinaba y pocos se salían del redil.
El ascenso del PAN al poder cambió la mentalidad simi-perdedora y abnegada (propia de toda oposición) de los militantes de AN, y les hizo pensar por primera vez que las cosas sí se podían hacer: las derrotas eran cosa del pasado.
En este contexto, ávidos de cobrar la factura de ser oposición por décadas, comenzaron a surgir miles de panistas que conformaron múltiples y diversas corrientes dentro del partido -cuyo análisis resulta ocioso para éste escrito- que sentían que legítimamente podían llegar a algún puesto de elección o en el peor de los casos, a algún nombramiento: ya eran de los ganadores. Sin embargo, el desgaste natural de gobernar y el desprestigio de algunas de sus figuras en los últimos años, han hecho que diferentes grupos del PAN se vayan por la libre en el afán de desmarcarse de quienes no favorecen a sus intereses.
Así pues, en el León de 2012, no basta con formarse y levantar la mano para ser alcalde y decir “ya me toca”. Ahora hay que pertenecer a una de las múltiples cofradías del partido y desde ahí, trabajar durísimo hacia adentro para ganar una candidatura que bajo ninguna circunstancia, está garantizada por haberse formado hace 3 ó 6 años.
A medida que el PAN acumula años en el poder –y que la gente tiende a culpar de sus carencias y problemas a quien gobierna en ese momento- los resultados de cada elección se acortan con el PRI, lo que hacer pensar a los aspirantes panistas a la alcaldía que quizá para la siguiente, ya no les toque ganar “por default”. De esta manera, la lucha interna por la candidatura del PAN a la alcaldía de León es un verdadero campo de batalla hacia adentro del partido, pues para el 2015 y en adelante, si las leyes electorales permanecen como están (sin reelección de alcaldes y sin candidaturas ciudadanas) quién sabe qué vaya a pasar.
El ejercicio de éste próximo domingo confirmará que la candidatura a la alcaldía de León se gana voto a voto, hablando, negociando y convenciendo a cada uno de los miembros del partido. Posiblemente veremos la última elección en la que la gente le vote ciegamente al PAN, así que también veremos como “la fila”, es cosa del pasado.
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